La industria musical siempre está en busca de la siguiente gran voz, de esa cantante que pueda hacer sentir escalofríos a cualquiera con su estilo, con su madurez, con su interpretación. Hay algunas que llegan, triunfan pero desaparecen al poco tiempo, como si de estrellas fugaces se tratase. Solo unas pocas consiguen mantenerse ahí arriba y llegar a ser no solo grandes artistas, sino iconos de la música pop. Hablamos de mujeres como Madonna, Mariah Carey, Amy Winehouse o más recientemente, Lady Gaga y Adele. Portentos vocales que además posee un carisma especial que hace que nadie les pueda quitar el ojo de encima. Muy diferentes entre sí, todas ellas han logrado triunfar por todo lo alto y durante varias décadas en algunos casos, en un mundo tan competitivo como el de la música. Sin embargo, comparar a Adele con las demás, más allá del nivel de éxito, puede ser algo osado.
Y es que la británica es bastante diferente a las otras grandes divas nombradas, y no solo por su nacionalidad, sino por su estilo, su manera de cantar, su sobriedad en el escenario, sus canciones… Al contrario que la mayoría de otras artistas, Adele se ha mantenido fiel a su estilo emocional e intimista, sin dejarse engatusar por la música de baile o el pop más comercial. Llegó al éxito siendo muy joven y no ha escondido nunca sus complicaciones para manejar esa fama, pero nos ha seguido regalando auténticas maravillas en forma de discos y canciones desde que su primer larga duración, 19, apareciera en el año 2008. Más de una década después, Adele se ha convertido en una de las cantantes más prestigiosas, populares y premiadas de este siglo, y va camino de grabar su nombre en letras de oro en la música, como toda una leyenda, porque parece que su evolución no tiene techo.
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